23.7.05

 

¿POR QUE LA TEORIA?

por Jean Baudrillard

Aquí es donde el lenguaje y la teoría cambian de sentido. En lugar de jugar como modo de producción, lo hacen como modo de desaparición, de la misma manera que el Objeto se ha convertido en modo de desaparición del sujeto. Este juego enigmático ya no es el del análisis: intenta proteger el enigma del objeto a través del enigma del discurso.

La teoría no podría tener como fin reflejar lo real, ni entrar con él en una relación de negatividad crítica. Este fue el piadoso deseo de una era perpetuada por las Luces, y es el que, aún hoy, sigue regulando el estatuto moral del intelectual. Pero esta dialéctica tan hermosa parece actualmente averiada. ¿De qué sirve la teoría? Si el mundo apenas es conciliable con el concepto de realidad que se le impone, está claro que la teoría no está ahí para reconciliarle, está allí, al contrario, para seducirle, para arrancar las cosas a su condición, para forzarlas a una superexistencia incompatible con la de lo real.

Y, en verdad, ella misma paga las consecuencias con una profética autodestrucción. Si habla de superación de lo económico, no podría ser ella misma una economía del discurso. Tiene que hacerse excesiva y sacrificial para hablar de exceso y de sacrificio. Tiene que hacerse simulación si habla de simulación, y utilizar la misma estrategia que su objeto. Si habla de seducción, tiene que hacerse seductora, y utilizar las mismas estratagemas. Si ya no pretende el discurso de la verdad, tiene que adoptar la forma de un mundo del que la verdad se ha retirado. Se convierte entonces en su propio objeto.

El estatuto de la teoría sólo podría ser el de un desafío a lo real. O, mejor dicho, su relación es la de un desafío respectivo. Pues también lo real no es, sin duda, más que un desafío ala teoría. No un estado objetivo de las cosas, sino un límite radical del análisis, más allá del cual ya nada le obedece o del cual ya no tiene nada que decir. Pero también la teoría sólo está hecha para desobedecer a lo real, y constituye su límite inaccesible. lrreconciliación de la teoría y de lo real, corolario de la irreconciliación del sujeto y sus propios fines. Todos los intentos de reconciliación son engañosos y están condenados al fracaso.

La teoría no puede contentarse con describir y analizar, es preciso que constituya un acontecimiento en el universo que describe. Para eso es necesario que entre en su misma lógica y que sea su aceleración. Debe desprenderse de toda referencia y enorgullecerse únicamente del futuro. Tiene que operar sobre el tiempo, al precio de una deliberada distorsión de la verdad actual. En ello debe seguir el modelo de la historia. Esta ya ha arrancado las cosas a su naturaleza ya su origen mítico para arrojarlas al tiempo. Hoy tiene que arrancarlas a su historia ya su fin para recuperar su enigma, su recorrido reversible, su destino.

La misma teoría debe anticiparse a su propio destino. Debe prever cualquier pensamiento de los extraños mañanas. De todos modos, está condenada a ser desviada, desorientada, manipulada. Por consiguiente, es mejor que sea ella misma la que se desvía, que se desvíe de ella misma. Si busca unos cuantos efectos de verdad, tiene que eclipsarlos con su propio movimiento. La escritura está hecha para eso. Si el pensamiento con su misma escritura no anticipa esta desviación, el mundo se encargará de hacerlo mediante la vulgarización, el espectáculo o la repetición. Si la verdad no se oculta por sí misma, el mundo se encargará de escamotearla bajo las formas más diversas, por una especie de ironía objetiva o de venganza.

Una vez más, ¿de qué sirve decir que el mundo es extático, que el mundo es irónico, que el mundo es objetivo? Lo es, y basta. ¿De qué sirve decir que no lo es? De todos modos, lo es. La teoría puede desafiarle a serlo más: más objetivo, más irónico, más seductor, más real o más irreal, ¿qué sé yo? Sólo tiene sentido en este exorcismo. La distancia que toma ya no es la del retroceso, sino la del exorcismo. Así adquiere fuerza de signo fatal, más inexorable aún que la realidad, y, por consiguiente, es posible que nos proteja de esta realidad inexorable y de esta objetividad del mundo, de esta brillantez del mundo que, si fuéramos lúcidos, tendría que irritarnos por su indiferencia.

Seamos estoicos: si el mundo es fatal, seamos más fatales que él. Si es indiferente, seamos más indiferentes que él. Hay que vencer al mundo y seducirle con una indiferencia por lo menos equivalente a la suya.

Por tanto, en contra de la aceleración de las redes y los circuitos buscará la lentitud, la inercia. En el mismo movimiento, sin embargo, buscará también algo más rápido que la comunicación: el desafío, el duelo. A un lado la inercia y el silencio, al otro el desafío y el duelo. Lo fatal, lo obsceno, lo reversible, lo simbólico no son conceptos, ya que nada diferencia la hipótesis de la aserción: la enunciación de lo fatal también es fatal, o no es. En este sentido, es un discurso cuya verdad se ha retirado (de la misma manera que se retira una silla debajo de alguien que se dispone a sentarse).
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¿Y si la realidad se disolviera bajo nuestros ojos? No en la nada, sino en lo más real que lo real (¿el triunfo de los simulacros?). ¿Si el universo moderno de la comunicación, de la hipercomunicación, nos hubiera sumido no en lo insensato, sino en una enorme saturación de sentido, consumiéndose con su éxito; sin juego, sin secreto, sin distancia? ¿Si toda publicidad fuera la apología no de un producto, sino de la publicidad? ¿Si la información no remitiera ya aun acontecimiento, sino a la promoción de la propia información como acontecimiento? ¿Si la Historia no fuera más que una memoria sin pasado, acumulativa a instantánea? ¿Si nuestra sociedad ya no fuera la del "espectáculo", como se decía en el 68, sino, más cínicamente, la de la ceremonia? ¿Si la política no fuera más que un continente cada vez más periclitado, sustituido por el vértigo del terrorismo, de la toma de rehenes generalizada, es decir, la figura misma del intercambio imposible?

¿Si toda esta mutación no dependiera, como creen algunos, de una manipulación de los sujetos y las opiniones, sino de una lógica sin sujeto en la que la opinión se desvanecería en la fascinación? ¿Si la pornografía significara el fin de lo sexual como tal, a partir del momento en que lo sexual, bajo la forma de lo obsceno, lo ha invadido todo? ¿Si la seducción sucediera al deseo y al amor, es decir, también allí el reino del objeto al del sujeto? ¿Si de repente la estrategia sustituyera ala psicología? ¿Si ya no se tratara de oponer la verdad a la ilusión, sino de percibir la ilusión generalizada como más verdadero que lo verdadero? ¿Si ya no hubiera otro comportamiento posible que el de aprender, irónicamente, a desaparecer? ¿Si ya no hubieran más fracturas, líneas de fuga y rupturas, sino una superficie plena y continua, sin profundidad, ininterrumpida? ¿Y si todo ello no fuera entusiasmante ni desesperante, sino fatal? (*)

(*) Fuente: Jean Baudrillard, El otro por sí mismo. Anagrama, Barcelona, 1997.

(Ed. Original: L’autre par lui-même (Habilitation), Éditions Galilée, París, 1987)

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